martes, 31 de enero de 2017

SERMONES DE SAN JUAN MARÍA VIANNEY :

Compartimos con ustedes hermanos los sermones completos de san Juan María Bautista Vianney , en agradecimiento por las gracias y los milagros que hemos recibido por su intercesión , y por los que vamos a recibir , todos y cada uno . Amén .

El Juicio Final , san Juan María Vianney (tercera parte) : 

Contemplemos por un instante, hermanos míos, a ese infinito número de
almas justas que entran de nuevo en sus cuerpos, haciéndolos semejantes
a hermosos soles. Mirad a todos esos mártires, con las palmas en la mano.
Mirad a todas esas vírgenes, con la corona de la virginidad en sus sienes.
Mirad a todos esos apóstoles, a todos esos sacerdotes; tantas cuantas
almas salvaron, otros tantos rayos de gloria los embellecen. Todos ellos,
hermanos míos., dirán a María, la Virgen Madre: Vamos a reunirnos con
Aquel que está en el cielo, para dar nuevo esplendor de gloria a vuestra
hermosura.

Pero no, un momento de paciencia; vosotros fuisteis despreciados,
calumniados y perseguidos por los malvados; justo es que, antes de entrar
en el reino eterno, vengan los pecadores a daros satisfacción honrosa.

Mas ¡terrible y espantosa mudanza! oigo la misma trompeta llamando a los
réprobos para que salgan de los infiernos. ¡Venid, pecadores, verdugos y
tiranos, dirá Dios que a todos quería salvar, venid, compareced ante el
tribunal del Hijo del Hombre, ante Aquel de quien tantas veces
atrevidamente pensasteis que no os veía ni os oía! Venid y compareced,
porque cuantos pecados cometisteis en toda vuestra vida serán
manifestados a la faz del universo. Entonces clamará el ángel: ¡Abismos
del infierno, abrid vuestras puertas!

Vomitad a todos esos réprobos! su juez los llama. Ah, terrible momento!
todas aquellas desdichadas almas réprobas, horribles como demonios,
saldrán de los abismos e irán, como desesperadas, en busca de sus
cuerpos. ¡Ah, momento cruel! en el instante en que el alma entrará en su
cuerpo, este cuerpo experimentará todos los rigores del infierno. ¡Ah! este
maldito cuerpo, estas malditas almas se echarán mil y mil maldiciones.
¡Ah! maldito cuerpo, dirá el alma a su cuerpo que se arrastró y revolcó por
el fango de sus , impurezas; hace ya más de mil años que yo sufro y me
abraso en los infiernos. Venid, malditos ojos, que tantas veces os
recreasteis en miradas deshonestas a vosotros mismos o a los demás,
venid al infierno a contemplar los monstruos más horribles. Venid,
malditos oídos, que tanto gusto hallasteis en las palabras y discursos
impuros, venid a escuchar eternamente los gritos, alaridos y rugidos de los
demonios. Venid, lengua y boca malditas, que disteis tantos besos impuros
y que nada omitisteis para satisfacer vuestra sensualidad y vuestra gula,
venid al infierno, donde la hiel de los dragones será vuestro alimento
único. ¡Ven, cuerpo maldito, a quien tanto procuré contentar; ven a ser
arrojado por una eternidad en un estanque de fuego y de azufre encendido
por el poder y la cólera de Dios! ¡Ah! ¿quién es capaz de comprender, ni
menos de expresar las maldiciones que el cuerpo y el alma mutuamente se
echarán por toda la eternidad?

Sí, hermanos míos, ved a todos los justos y los réprobos que han
recobrado su antigua figura, es decir, sus cuerpos tal como nosotros los
vemos ahora, y esperan a su juez, pero un juez justo y sin compasión,
para castigar o recompensar, según el mal o el bien que hayamos hecho.
Vedle que llega ya, sentado en un trono, radiante de gloria, rodeado de
todos los ángeles, precedido del estandarte de la cruz. Los malvados viendo
a su juez, ¿qué digo? viendo a Aquel a quien antes vieron ocupado
solamente en procurarles la felicidad del paraíso, y que, a pesar de El, se
han condenado, exclamarán: Montañas, aplastadnos, arrebatadnos de la
presencia de nuestro juez; peñascos, caed sobre nosotros; ¡ah, por favor,
precipitadnos en los infiernos! No, no, pecador, acércate y ven a rendir
cuenta de toda tu vida. Acércate, desdichado, que tanto despreciaste a un
Dios tan bueno. ¡Ah! juez mío, padre mío, criador mío, ¿dónde están mi
padre y mi madre que me condenaron? !Ah! quiero verlos ; quiero
reclamarles el cielo que me dejaron perder. ¡Ay, padre! ¡Ay, madre! fuisteis
vosotros los que me condenasteis; fuisteis vosotros la causa de mi
desdicha. No, no, al tribunal de tu Dios; no hay remedio para ti. ¡ Ah ! juez
mío, exclamará aquella joven..., ¿ dónde está aquel libertino que me robó
el cielo? No, no, adelántate, no esperes socorro de nadie... ¡estás
condenada! no hay esperanza para ti; sí, estás perdida; sí, todo está
perdido, puesto que perdiste a tu alma y a tu Dios. ¡Ah! ¿quién podrá
comprender la desdicha de un condenado que verá enfrente de sí, al lado
de los santos, a su padre o a su madre, radiantes de gloria y destinados al
cielo, y a sí propio reservado para el infierno? Montañas, dirán estos
réprobos, sepultadnos; ¡ah, por favor, caed sobre nosotros! ¡Ah, puertas
del abismo, abríos para sepultarnos en él! No, pecador; tú siempre
despreciaste mis mandamientos; pero hoy es el día en que yo quiero
mostrarte que soy tu dueño. Comparece delante de mí con todos tus
crímenes, de los cuales no es más que un tejido tu vida entera. ¡Ah,
entonces será, dice el profeta Ezequiel, cuando el Señor tomará aquel gran
pliego milagroso donde están escritos y consignados todos los crímenes de
los hombres. ¡Cuántos pecados que jamás aparecieron a los ojos del
mundo van ahora a manifestarse! ¡Ah! temblad los que, hace quizás quince
o veinte años, venís acumulando pecado sobre pecado. ¡Ay, desgraciados
de vosotros!
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