REFLEXIONES PARA CADA DÍA DEL AÑO :
24 de ENERO
“Por nada estéis afanosos” (Filipenses 4:6).
Hay muchas cosas por las que una persona puede inquietarse: la
posibilidad de contraer un cáncer, problemas de corazón o un sinfín de otras
enfermedades; los alimentos supuestamente contaminados, una muerte
accidental, un golpe de estado, la guerra nuclear, la creciente inflación, un
futuro incierto o el sombrío porvenir que aguarda a todos aquellos niños que
crecen en un mundo como el nuestro. Las posibilidades son innumerables.
A pesar de esto, la Palabra de Dios nos dice: “por nada estéis
afanosos”. El Señor desea que nuestra vida se vea libre de ansiedades.
¡Y por buenas razones!
El afán y la ansiedad son innecesarias. El Señor tiene cuidado
de nosotros. Nos sostiene en las palmas de Sus manos. Nada puede
sucedernos fuera de Su voluntad. No somos víctimas del azar ciego, los
accidentes o el destino porque nuestras vidas están planeadas,
ordenadas y dirigidas.
La ansiedad es infructuosa. No resuelve los problemas o impide
que las crisis sobrevengan. Como alguien ha dicho: “La ansiedad nunca
le quita al mañana sus penas, solamente nos despoja de la fuerza que
necesitamos para vivir el presente”.
La ansiedad es dañina. Los médicos están de acuerdo en que
muchas de las enfermedades de sus pacientes se deben a la inquietud, la
tensión y los nervios. Las úlceras están a la cabeza de la lista de los
males relacionados con la inquietud.
La ansiedad es pecado. “Pone en duda la sabiduría de Dios y
nos incita a pensar que no sabe lo que hace. Nos hace desconfiar de Su
amor, haciéndonos suponer que no le importamos. Nos hace recelar del
poder de Dios, creando la sospecha de que no es capaz de superar y
vencer las circunstancias que nos causan la ansiedad”.
Muy a menudo nos enorgullecemos de nuestras preocupaciones.
En una ocasión, cuando un marido reprochaba a su esposa por su
incesante preocupación, ella replicó: “Si no me preocupara como lo
hago, tendríamos menos de lo que ahora ves que tenemos”. Nunca
alcanzaremos a librarnos de la preocupación hasta que la confesemos
como pecado y renunciemos a ella por completo. Entonces podremos
decir con confianza:
Nada tengo que ver con el mañana,
Mi Salvador tendrá eso a su cuidado;
Si lo llena con apuros y tristeza,
Me ayudará a sufrirlo Él a mi lado.
Nada tengo que ver con el mañana;
Sus cargas ¿por qué compartiré?
No puedo tomar prestadas su fuerza y su gracia;
¿Por qué prestadas sus preocupaciones tomaré?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario