domingo, 15 de enero de 2017

REFLEXIONES PARA CADA DÍA DEL AÑO :

16 de ENERO

“Vino palabra de Yavé por segunda vez a Jonás” (Jonás 3:1).

Aquí tenemos un mensaje que resplandece con esperanza y
promesa: Dios no desecha al hombre que fracasa.
La Biblia describe los fracasos de David con crudo realismo.
Cuando los leemos, nos sentamos en el polvo junto a él y ardemos de
vergüenza. Pero David sabía cómo entrar a la presencia del Señor y
arrepentirse de todo corazón. Dios tenía todavía planes para David. Le
perdonó, y restauró a una vida fructífera.
Jonás fracasó cuando debió responder al llamado misionero de
Dios y acabó en el vientre de un enorme pez. Dentro de aquel animado
submarino aprendió a obedecer. Cuando Dios lo llamó por segunda vez, de
inmediato se puso en camino a Nínive, predicó el juicio inminente, y vio a
toda la ciudad sumergida en el más profundo arrepentimiento.
Juan Marcos tuvo un brillante comienzo con Pablo y Bernabé, pero
después se escabulló y volvió a su casa. Sin embargo, Dios no lo abandonó.
Más tarde Marcos volvió a la batalla, recuperó la confianza de Pablo, y fue
encomendado para escribir el Evangelio del Siervo Infalible.
Pedro le falló al Señor, a pesar de que prometió ser fiel hasta la
muerte. Cualquiera lo daría por perdido argumentando que un pájaro con el
ala rota nunca más podría volar tan alto. Pero Dios no lo descartó y Pedro
voló a alturas inesperadas. En Pentecostés abrió las puertas del reino a más
de tres mil personas. Trabajó incansablemente y sufrió una y otra vez a
manos de sus perseguidores. Escribió las dos epístolas que llevan su
nombre y finalmente coronó con el martirio una vida gloriosa de servicio.
Así que cuando se trata del servicio, Dios es el Dios de la segunda
oportunidad. No nos desecha cuando ve que fracasamos. Siempre que
encuentra un corazón contrito y humillado, se inclina para levantar la
cabeza de Su soldado caído.
Sin embargo, esto no debe tomarse como pretexto para aprobar el
pecado o el fracaso. La amargura y el remordimiento que resultan de
fallarle al Señor son un freno suficiente.
Tampoco quiere decir que Dios da al pecador no arrepentido una
segunda oportunidad después de esta vida. Con la muerte sobreviene un fin
terrible y definitivo. Para el hombre que muere en sus pecados la espantosa
sentencia es: “En el lugar que el árbol cayere, allí quedará” (Ec. 11:3).
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