LAS GLORIAS DE MARÍA , SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
III :
29 de enero :
7. María aventaja en amor aun a los santos que fueron modelo de amor a ella (primera parte) :
¡Y cómo aventaja esta buena madre en el amor a todos sus hijos! Ámenla
cuanto puedan –dice san Ignacio mártir-, que siempre María les amará más a los
que la aman. Ámenla como un san Estanislao Kostka, que amaba tan tiernamente a
ésta su querida madre, que hablando de ella hacía sentir deseos de amarla a
cuantos le oían. Él se había inventado nuevas palabras y títulos para celebrarla. No
comenzaba acción alguna sin que, volviéndose a alguna de sus imágenes, le pidiera
su bendición. Cuando él recitaba el Oficio, el rosario u otras oraciones, las decía con
tal afecto y tales expresiones como si hablara cara a cara con María. Cuando oía
cantar la Salve se le inflamaba el alma y el rostro. Preguntándole un padre de la
Compañía, una vez en que iban a visitar una imagen de la Virgen santísima, cuánto
la amaba, le respondió: “Padre ¿qué más puedo decirle? ¡Si ella es mi madre!” Y el
padre dijo después que el santo joven profirió esas palabras con tal ternura de voz,
de semblante y de corazón, que ya no parecía un joven, sino un ángel que hablase
del amor a María. Ámenla como B. Herman, que la llamaba esposa de sus amores
porque con ese nombre le había honrado a María. Ámenla como un san Felipe Neri,
quien con solo pensar en María se derretía en tan celestiales consuelos que por eso
la llamaba sus delicias. Ámenla como un san Buenaventura, que la llamaba no sólo
su señora y madre, sino que para demostrar la ternura del afecto que le tenía
llegaba a llamarla su corazón y su alma. Ámenla como aquel gran amante de María,
san Bernardo, que amaba tanto a esta dulce madre que la llamaba robadora de
corazones, por lo que el santo, para expresar el ardiente amor que le profesaba, le
decía: “¿Acaso no me has robado el corazón?” Llámenla “su inmaculada”, como la
llamaba san Bernardino de Siena, que todos los días iba a visitar una devota imagen
para declararle su amor con tiernos coloquios que mantenía con su reina; y por eso,
a quien le preguntaba a dónde iba todos los días, le respondía que iba a buscar a su
enamorada.
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III :
29 de enero :
7. María aventaja en amor aun a los santos que fueron modelo de amor a ella (primera parte) :
¡Y cómo aventaja esta buena madre en el amor a todos sus hijos! Ámenla
cuanto puedan –dice san Ignacio mártir-, que siempre María les amará más a los
que la aman. Ámenla como un san Estanislao Kostka, que amaba tan tiernamente a
ésta su querida madre, que hablando de ella hacía sentir deseos de amarla a
cuantos le oían. Él se había inventado nuevas palabras y títulos para celebrarla. No
comenzaba acción alguna sin que, volviéndose a alguna de sus imágenes, le pidiera
su bendición. Cuando él recitaba el Oficio, el rosario u otras oraciones, las decía con
tal afecto y tales expresiones como si hablara cara a cara con María. Cuando oía
cantar la Salve se le inflamaba el alma y el rostro. Preguntándole un padre de la
Compañía, una vez en que iban a visitar una imagen de la Virgen santísima, cuánto
la amaba, le respondió: “Padre ¿qué más puedo decirle? ¡Si ella es mi madre!” Y el
padre dijo después que el santo joven profirió esas palabras con tal ternura de voz,
de semblante y de corazón, que ya no parecía un joven, sino un ángel que hablase
del amor a María. Ámenla como B. Herman, que la llamaba esposa de sus amores
porque con ese nombre le había honrado a María. Ámenla como un san Felipe Neri,
quien con solo pensar en María se derretía en tan celestiales consuelos que por eso
la llamaba sus delicias. Ámenla como un san Buenaventura, que la llamaba no sólo
su señora y madre, sino que para demostrar la ternura del afecto que le tenía
llegaba a llamarla su corazón y su alma. Ámenla como aquel gran amante de María,
san Bernardo, que amaba tanto a esta dulce madre que la llamaba robadora de
corazones, por lo que el santo, para expresar el ardiente amor que le profesaba, le
decía: “¿Acaso no me has robado el corazón?” Llámenla “su inmaculada”, como la
llamaba san Bernardino de Siena, que todos los días iba a visitar una devota imagen
para declararle su amor con tiernos coloquios que mantenía con su reina; y por eso,
a quien le preguntaba a dónde iba todos los días, le respondía que iba a buscar a su
enamorada.
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