miércoles, 11 de enero de 2017

ESCRITOS DE SANTA CLARA DE ASÍS :

Comparto con ustedes hermanos , estos escritos de Santa Clara de Asís , en agradecimiento por las gracias y bendiciones recibidas por su intercesión , y por los que vamos a recibir todos y cada uno y donde llegue este mensaje . Amén

1.. PRIMERA CARTA A INÉS DE PRAGA
( 1CtaCl)
A la venerable y santísima virgen, la señora Inés, hija del excelentísimo e ilustrísimo rey de Bohemia,
Clara, indigna sierva de Jesucristo y esclava
inútil de las Damas enclaustradas
del monasterio de San
Damián, súbdita y esclava suya para todo, se encomienda plenamente, con especial reverencia, para alcanzar
la gloria de la felicidad eterna (cf. Eclo 50,5) Desbordo de gozo y salto de júbilo en el Señor (cf. Hab 3,18) al oír hablar de la honrosísima
fama de
vuestra vida religiosa
, que no sólo ha llegado hasta mí sino que se ha divulgado merecidamente
por casi
todo el orbe de la tierra;
y por ello no sólo yo personalmente puedo saltar de júbilo, sino también todos
aquellos que sirven y desean servir a Jesucristo. 5 Y es que, aunque hubierais podido disfrutar más que nadie
de las pompas, honores y grandezas del mundo9
, con la gloria de desposaros legítimamente con el ínclito
emperador, como hubiera correspondido a vuestra dignidad y a la suya,
despreciando todo esto, habéis
elegido, con todo el alma y todo el afecto del corazón, la santísima pobreza y la penuria corporal,
uniéndoos al Esposo del más noble linaje, el Señor Jesucristo, que guardará siempre inmaculada e intacta
vuestra virginidad.
Amándole, sois casta
;tocándolo, os hacéis más pura;
acogiéndolo, sois virgen;
su poder es más fuerte, su generosidad más alta,
su aspecto más hermoso, su amor más suave,
y toda su gracia más elegante.
Él os ha abrazado ya estrechamente,
ha adornado vuestro pecho
con piedras preciosas,
y ha colgado en vuestras orejas
perlas de inestimable valor,
y os ha ceñido toda entera
con resplandecientes brotes de primavera
y os ha coronado con una corona de oro,
grabada con los símbolos de la santidad (Eclo 45,12).
Así pues, amadísima hermana, y, más aún, señora digna de toda veneración, pues sois esposa y madre y
hermana (cf. 2Cor 11,2; Mt 12,50) de mi Señor Jesucristo, esplendorosamente distinguida con la insignia
de la virginidad inviolable y de la santísima pobreza, afianzaos en el santo servicio, que con ardiente anhelo
comenzasteis, al pobre Crucificado, que soportó por todos nosotros el suplicio de la cruz (cf. Heb 12,2),
liberándonos del poder del príncipe de las tinieblas (cf. Col 1,13) –al que estábamos encadenados por la
transgresión de nuestro primer padre–, y reconciliándonos con Dios Padre (cf. 2Cor 5,18).
¡Oh bienaventurada pobreza,
que a quienes la aman y abrazan
les alcanza riquezas eternas!
¡Oh santa pobreza,
por la que, a quienes la poseen y desean,
Dios promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3),
y les ofrece, con toda certeza,
la gloria eterna y la vida bienaventurada!
¡Oh piadosa pobreza
a la que, por encima de toda otra cosa,
se dignó abrazar el Señor Jesucristo,
que gobernaba y gobierna el cielo y la tierra
,y que con sólo decirlo hizo todas las cosas (Sal 32,9; 148, 5)13
.En efecto, las zorras tienen sus madrigueras –dice–, y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del
hombre, es decir, Cristo, no tiene dónde reclinar su cabeza (Mt 8,20; Lc 9,58), y al inclinar la cabeza
entregó su espíritu (Jn 19,30).
Si, pues, tan grande y tal Señor, viniendo al seno de una virgen, quiso aparecer en el mundo como un
hombre despreciado, indigente y pobre, para que los hombres, –que eran pobrísimos e indigentes, al sufrir
una falta extrema de alimento celestial–, se hicieran ricos en él (cf. 2Cor 8,9) poseyendo el reino de los
cielos, saltad de júbilo y gozad (cf. Hab 3,18), llena de inmenso gozo y alegría espiritual, pues, al
preferir vos el desprecio del mundo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, el guardar
cuidadosamente los tesoros no en la tierra sino en el cielo,
–donde no los corroe la herrumbre, ni se los
come la polilla, ni los ladrones los desentierran y los roban (cf. Mt 6,20)–, es muy grande vuestra
recompensa en los cielos (Mt 5,12), y habéis merecido dignamente ser llamada hermana, esposa y
madre (cf. 2Cor 11,2; Mt 12,50) del Hijo del Altísimo Padre y de la gloriosa Virgen.
Creo, en efecto, firmemente que sabéis que el Señor promete y da el reino de los cielos sólo a los
pobres (cf. Mt 5,3), ya que cuando se ama algo temporal se pierde el fruto de la caridad; no se puede
servir a Dios y al dinero, porque o se amará al uno y se aborrecerá al otro, o se servirá al uno y se
despreciará al otro (cf. Mt 6,24); y el que está vestido no puede luchar con el que está desnudo, porque
pronto echan a tierra a quien tiene por donde asirlo
;y no se puede vivir con gloria en el mundo y reinar
después con Cristo, porque antes podrá pasar un camello por el ojo de una aguja que un rico subir al reino
de los cielos (cf. Mt 19,24). Por eso despreciasteis los vestidos, es decir, las riquezas temporales, para no
sucumbir en modo alguno ante el que os combate, y poder entrar en el reino de los cielos por el camino
angosto y la puerta estrecha (cf. Mt 7,13-14).
Grande y admirable intercambio
es, en verdad,
dejar lo temporal por lo eterno,
ganar el cielo a costa de la tierra,
recibir el ciento por uno
y poseer la bienaventurada vida eterna (cf. Mt 19,29).
Todo ello me ha llevado a suplicar, en cuanto puedo, a vuestra excelencia y santidad, con humildes
ruegos, por las entrañas de Cristo (cf. Fil 1,8), que os dejéis afianzar en su santo servicio, progresando
de bien en mejor, de virtud en virtud (cf. Sal 83,8), para que aquel a quien servís con todo el ardor de vuestra
alma, se digne concederos los premios deseados.
Os ruego también en el Señor, como puedo, que tengáis a bien encomendarnos en vuestras santísimas
oraciones (cf Rom 15,30), a mí, vuestra sierva, aunque inútil (cf. Lc 17,10), y a las demás hermanas, tan
afectas a nosotras
, que moran conmigo en este monasterio; 34 que con su ayuda podamos merecer la
misericordia de Jesucristo, y gozar juntamente con vos de la visión eterna.
Que os vaya bien en el Señor, y orad por mí (cf. 1Tes 5,25).
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