LAS GLORIAS DE MARÍA , SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO :
22 de enero
III :
2. María, porque ama a Dios, ama a los hombres
La primera razón del amor tan grande que María tiene a los hombres es el
gran amor que ella le tiene a Dios. El amor a Dios y al prójimo, como escribe san
Juan, se incluyen en el mismo precepto. “Tenemos este mandamiento del Señor,
que quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 21). De modo que,
cuando crece el uno, crece el otro también. Por eso vemos que los santos, que tanto
amaban a Dios, han hecho tanto por el amor de sus prójimos. Han llegado a
exponer la libertad y hasta la vida por su salvación. Léase lo que hizo san Francisco
Javier en la India, donde para ayudar a las almas de aquellas gentes escalaba las
montañas, exponiéndose a mil peligros para encontrar a los paganos en sus chozas
y atraerlos a Dios. Un san Francisco de Sales que para convertir a los herejes de la
región de Chablais se aventuró durante un año a pasar todos los días un torrente
impetuoso, andando sobre un madero, a veces helado, para llegar a la otra ribera y
poder predicar a los obstinados herejes. Un san Paulino que se entregó como
esclavo para librar al hijo de una pobre viuda. Un san Fidel que por atraer a la fe a
unos herejes, predicando perdió la vida. Los santos, porque así amaban a Dios, se
lanzaron a hacer cosas tan heroicas por sus prójimos.
Pero ¿quién ha amado a Dios más que María? Ella lo amó desde el primer
instante de su existencia más de lo que lo han amado todos los ángeles y santos
juntos en el curso de su existencia, como luego veremos considerando las virtudes
de María. Reveló la Virgen a sor María del Crucificado que era tal el fuego de amor
que ardía en su corazón hacia Dios, que podría abrasar en un instante todo el
universo si lo pudieran sentir. Que en su comparación eran como suave brisa los
ardores de los serafines. Por tanto, como no hay entre los espíritus bienaventurados
quien ame a Dios más que María, así no puede haber, después de Dios, quien nos
ame más que esta amorosísima Madre. Y si se pudiera unir el amor que todas las
madres tienen a sus hijos, todos los esposos a sus esposas y todos los ángeles y
santos a sus devotos, no alcanzaría el amor que María tiene a una sola alma. Dice
el P. Nierembergh que el amor que todas las madres tienen por sus hijos es pura
sombra en comparación con el amor que María tiene por cada uno de nosotros. Más
nos ama ella sola –añade- que lo que nos aman todos los ángeles y santos.
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22 de enero
III :
2. María, porque ama a Dios, ama a los hombres
La primera razón del amor tan grande que María tiene a los hombres es el
gran amor que ella le tiene a Dios. El amor a Dios y al prójimo, como escribe san
Juan, se incluyen en el mismo precepto. “Tenemos este mandamiento del Señor,
que quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 21). De modo que,
cuando crece el uno, crece el otro también. Por eso vemos que los santos, que tanto
amaban a Dios, han hecho tanto por el amor de sus prójimos. Han llegado a
exponer la libertad y hasta la vida por su salvación. Léase lo que hizo san Francisco
Javier en la India, donde para ayudar a las almas de aquellas gentes escalaba las
montañas, exponiéndose a mil peligros para encontrar a los paganos en sus chozas
y atraerlos a Dios. Un san Francisco de Sales que para convertir a los herejes de la
región de Chablais se aventuró durante un año a pasar todos los días un torrente
impetuoso, andando sobre un madero, a veces helado, para llegar a la otra ribera y
poder predicar a los obstinados herejes. Un san Paulino que se entregó como
esclavo para librar al hijo de una pobre viuda. Un san Fidel que por atraer a la fe a
unos herejes, predicando perdió la vida. Los santos, porque así amaban a Dios, se
lanzaron a hacer cosas tan heroicas por sus prójimos.
Pero ¿quién ha amado a Dios más que María? Ella lo amó desde el primer
instante de su existencia más de lo que lo han amado todos los ángeles y santos
juntos en el curso de su existencia, como luego veremos considerando las virtudes
de María. Reveló la Virgen a sor María del Crucificado que era tal el fuego de amor
que ardía en su corazón hacia Dios, que podría abrasar en un instante todo el
universo si lo pudieran sentir. Que en su comparación eran como suave brisa los
ardores de los serafines. Por tanto, como no hay entre los espíritus bienaventurados
quien ame a Dios más que María, así no puede haber, después de Dios, quien nos
ame más que esta amorosísima Madre. Y si se pudiera unir el amor que todas las
madres tienen a sus hijos, todos los esposos a sus esposas y todos los ángeles y
santos a sus devotos, no alcanzaría el amor que María tiene a una sola alma. Dice
el P. Nierembergh que el amor que todas las madres tienen por sus hijos es pura
sombra en comparación con el amor que María tiene por cada uno de nosotros. Más
nos ama ella sola –añade- que lo que nos aman todos los ángeles y santos.
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