lunes, 30 de enero de 2017

SERMONES DE SAN JUAN MARÍA VIANNEY :

Compartimos con ustedes hermanos los sermones completos de san Juan María Bautista Vianney , en agradecimiento por las gracias y los milagros que hemos recibido por su intercesión , y por los que vamos a recibir , todos y cada uno . Amén .

El Juicio Final , san Juan María Vianney (segunda parte) : 

1.- Leemos en la Sagrada Escritura, hermanos míos, que cada vez que
Dios quiere enviar algún azote al mundo o a su Iglesia, lo hace siempre
preceder de algún signo que comience a infundir el terror en los corazones
y los lleve a aplacar la divina justicia. Queriendo anegar el universo en un
diluvio, el arca de Noé, cuya construcción duró cien años, fue una señal
para inducir a los hombres a penitencia, sin la cual todos debían perecer.
El historiador Josefo refiere que, antes de la destrucción de Jerusalén, se
dejó ver, durante largo tiempo, una corneta en figura de alfanje, que ponía
a los hombres en consternación. Todos se preguntaban: ¡Ay de nosotros!
¿qué querrá anunciar esta señal? talvez alguna gran desgracia que Dios va
a enviarnos. La luna estuvo sin alumbrar ocho noches seguidas; la gente
parecía no poder ya vivir más. De repente, aparece un desconocido que,
durante tres años, no hace sino gritar, día y noche, por las calles de
Jerusalén: ¡Ay de Jerusalén! ¡Ay de Jerusalén!... Le prenden; le azotan con
varas para impedirle que grite; nada le detiene. Al cabo de tres años
exclama: ¡Ay! ¡ay de Jerusalén ! y ¡ ay de mí ! Una piedra lanzada por una
máquina le cae encima y le aplasta en el mismo instante. Entonces todos
los males que aquel desconocido había presagiado a Jerusalén vinieron
sobre ella. El hambre fue tan dura que las madres llegaron a degollar a
sus propios hijos para alimentarse con su carne. Los habitantes, sin saber
por qué, se degollaban unos a otros; la ciudad fue tomada y como
aniquilada; las calles y las plazas estaban todas cubiertas de cadáveres;
corrían arroyos de sangre; los pocos que lograron salvar sus vidas fueron
vendidos como esclavos.

Mas, como el día del juicio será el más terrible y espantoso de cuantos
haya habido, le precederán señales tan horrendas, que llevarán el espanto
hasta el fondo de los abismos. El Señor nos dice que, en aquel momento
infausto para el pecador, el sol no dará ya más luz, la luna será semejante
a una mancha de sangre, y las estrellas caerán del firmamento. El aire
estará tan lleno de relámpagos que será un incendio todo él, y el fragor de
los truenos será tan grande qué los hombres quedarán yertos de espanto.
Los vientos soplarán con tanto ímpetu, que nada podrá resistirles. Árboles
y casas serán arrastradas al caos de la mar; el mismo mar de tal manera
será agitado por las tempestades, que sus olas se elevarán cuatro codos
por encima de las más altas montañas y bajarán tanto que podrán verse
los horrores del abismo; todas las criaturas, aun las insensibles, parecerán
quererse aniquilar, para evitar la presencia de su Creador, al ver cómo los
crímenes de los hombres han manchado y desfigurado la tierra. Las aguas
de los mares y de los ríos hervirán como aceite sobre brasas; los árboles y
plantas vomitarán torrentes de sangre; los terremotos serán tan grandes
que se verá la tierra hundirse por todas partes; la mayor parte de los
árboles y de las bestias serán tragados por el abismo, y los hombres, que
sobrevivan aún, quedarán como insensatos; los montes y peñascos se
desplomarán con horrorosa furia. Después de todos estos horrores se
encenderá fuego en los cuatro ángulos del mundo: fuego tan violento que
consumirá las piedras, los peñascos y la tierra, como briznas de paja
echadas en un horno. El universo entero será reducido a cenizas; es
preciso que esta tierra manchada con tantos crímenes sea purificada por
el fuego que encenderá la cólera del Señor, de un Dios justamente irritado.

Una vez que esta tierra cubierta de crímenes sea purificada, enviará Dios,
hermanos míos, a sus ángeles, que harán sonar la trompeta por los cuatro
ángulos del mundo y dirán a todos los muertos: Levantaos, muertos, salid
de vuestras tumbas, venid y compareced a juicio. Entonces, todos los
muertos, buenos y malos, justos y pecadores, volverán a tomar la misma
forma que tenían antes; el mar vomitará todos los cadáveres que guarda
encerrados en su caos, la tierra devolverá todos los cuerpos sepultados,
desde tantos siglos, en su seno. Cumplida esta revolución, todas las almas
de los santos descenderán del cielo resplandecientes de gloria y cada alma
se acercará a su cuerpo, dándole mil y mil parabienes. Ven, le dirá, ven,
compañero de mis sufrimientos; si trabajaste por agradar a Dios, si hiciste
consistir tu felicidad en los sufrimientos y combates, ¡oh, qué de bienes
nos están reservados! Hace ya más de mil años que yo gozo de esta dicha;
¡oh, qué alegría para mí venir a anunciarte tantos bienes como nos están
preparados para la eternidad. Venid, benditos ojos, que tantas veces os
cerrasteis en presencia de los objetos impuros, por temor de perder la
gracia de vuestro Dios, venid al cielo, donde no veréis sino bellezas jamás
vistas en el mundo. Venid, oídos míos, que tuvisteis horror a las palabras
y a los discursos impuros y calumniosos; venid y escucharéis en el cielo
aquella música celeste que os arrobará en éxtasis continuo. Venid, pies
míos y manos mías, que tantas veces os empleasteis en aliviar a los
desgraciados; vamos a pasar nuestra eternidad en el cielo, donde veremos
a nuestro amable y caritativo Salvador que tanto nos amó. ¡Ah! allí verás a
Aquel que tantas veces vino a descansar en tu corazón. ¡Ah! allí veremos
esa mano teñida aún en la sangre de nuestro divino Salvador, por la cual
El nos mereció tanto gozo. En fin, el cuerpo y el alma de los santos se
darán mil y mil parabienes; y esto por toda la eternidad.

Luego que todos los santos hayan vuelto a tomar sus cuerpos, radiantes
todos allí de gloria según las buenas obras y las penitencias que hayan
hecho, esperarán gozosos el momento en que Dios, a la faz del universo
entero, revele, una por una, todas las lágrimas, todas las penitencias, todo
el bien que ellos hayan realizado durante su vida; felices ya con la felicidad
del mismo Dios. Esperad, les dirá el mismo Jesucristo, esperad, quiero que
todo el universo se goce en ver cuánto habéis trabajado. Los pecadores
endurecidos, los incrédulos decían que yo era indiferente a cuanto
vosotros hicieseis por mí; pero yo voy a mostrarles, en este día, que he
visto y contado todas las lágrimas que derramasteis en el fondo de los
desiertos ; voy a mostrarles en este día que a vuestro lado me hallaba yo
sobre los cadalsos. Venid todos y compareced delante de esos pecadores
que me despreciaron y ultrajaron, que osaron negar que yo existiese y que
los viese. Venid, hijos míos, venid, mis amados, y veréis cuán bueno he
sido y cuán grande fue mi amor para con vosotros.
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