martes, 31 de enero de 2017

REFLEXIONES PARA CADA DÍA DEL AÑO : 

1 de FEBRERO

“Del evangelio de la gloria de Cristo...” (2 Corintios 4:4).

Nunca debemos olvidar que el evangelio es las buenas nuevas de la
gloria de Cristo; concierne a Aquél que fue crucificado y sepultado. Pero
ya no está más en la Cruz como tampoco yace en la Tumba. Ha resucitado,
ha ascendido al cielo, y ahora es el Hombre glorificado que está a la diestra
de Dios.
No le mostramos como el humilde Carpintero de Nazaret, el Siervo
sufriente o el Extraño de Galilea. Tampoco lo representamos como el
afeminado hacedor de buenas obras del arte religioso moderno.
Predicamos al Señor de la vida y la gloria. Aquél a quien Dios
exaltó hasta lo sumo y le dio un Nombre que es sobre todo nombre. A Su
Nombre toda rodilla se doblará y toda lengua le confesará como Señor para
gloria de Dios el Padre. Él está coronado de gloria y honor, como Príncipe
y Salvador.
Con mucha frecuencia lo deshonramos con el mensaje que
predicamos. Exaltamos al hombre con sus talentos y creamos la impresión
de que Dios es muy afortunado al tenerlo a Su servicio, y que le hace un gran
favor al confiar en Él. Ése no es el evangelio que los apóstoles predicaron.
Ellos dijeron, en efecto: “Vosotros sois los culpables asesinos del Señor
Jesucristo. Vosotros lo apresasteis y con manos perversas lo clavasteis al
madero. Pero Dios lo resucitó de los muertos y lo glorificó sentándolo a Su
propia diestra en los cielos. El Señor vive hoy, en un cuerpo glorificado de
carne y hueso. Su mano atravesada por el clavo empuña el cetro del
dominio universal y regresará una vez más para juzgar al mundo con
justicia. Y mientras hay tiempo, es mejor que os ARREPINTÁIS y os
volváis a Él con FE. No hay otro camino de salvación. No hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
¡Oh, que tengamos una fresca visión del Hombre de Gloria! ¡Y una
lengua que confiese las muchas glorias que coronan sus sienes!
Ciertamente entonces, como en Pentecostés, los pecadores temblarán ante
Él y clamarán: “¿Varones hermanos, qué haremos?”

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