domingo, 15 de enero de 2017

LAS GLORIAS DE MARÍA , SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO : 

II 

Nuestra confianza en María es inmensa por ser ella nuestra Madre

3. María, Madre nuestra por su dolor al pie de la cruz (segunda parte)

Es verdad que Jesús, al morir por la redención del género humano, quiso
ser solo. “Yo solo pisé el lagar” (Is 63, 3); pero conociendo el gran deseo de María
de dedicarse ella también a la salvación de los hombres, dispuso que también ella,
con el sacrificio y con el ofrecimiento de la vida de Jesús, cooperase a nuestra
salvación y así llegara a ser madre de nuestras almas. Esto es aquello que quiso
manifestar nuestro Salvador cuando, antes de expirar, mirando desde la cruz a la
madre y al discípulo Juan que estaba a su lado, dijo a María: “Mujer, he ahí a tu hijo”
(Jn 19, 26); como si le dijese: Este es el hombre que por el ofrecimiento que tú has
hecho de mi vida por su salvación, ahora nace a la gracia. Y después, mirando al
discípulo dijo: “He ahí a tu madre” (Jn 19, 27). Con cuyas palabras, dice san
Bernardino de Siena, María quedó convertida no sólo en madre de Juan, sino de
todos los hombres, en razón del amor que ella les tuvo. Por eso –advierte Silveira que
el mismo san Juan, al anotar este acontecimiento en el Evangelio, escribe:
“Después dijo al discípulo: He aquí a tu madre”. Hay que anotar que Jesucristo no le
dijo esto a Juan, sino al discípulo, para demostrar que el Salvador asignó a María
por madre de todos los que siendo cristianos llevan el nombre de discípulos suyos.
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