viernes, 27 de enero de 2017

REFLEXIONES PARA CADA DÍA DEL AÑO : 

28 de ENERO

“El que creyere, no se apresure” (Isaías 28:16).
Nuestra era, caracterizada por los viajes supersónicos y las
comunicaciones de alta velocidad, tiene como contraseña la prisa. Sin
embargo, cuando leemos la Biblia descubrimos que Dios rara vez se
apresura. Rara vez, digo, porque hay un ejemplo donde el padre corre para
encontrarse con su hijo pródigo que regresa, sugiriendo que Dios se
apresura a perdonar. Pero de manera general, Dios nunca tiene prisa.
Cuando David dijo: “la orden del rey era apremiante” (1 S. 21:8),
usó de un subterfugio, y no debemos valernos de estas palabras para
justificar nuestro frenético correr de aquí para allá.
Nuestro texto nos enseña una verdad muy sencilla: si confiamos en
verdad en el Señor, no debemos tener prisa. La urgencia de nuestra tarea
puede llevarse a cabo mejor si caminamos tranquilamente en el Espíritu que
por el frenesí de la actividad carnal.
Un joven tiene prisa por casarse. Supone que si no actúa
rápidamente, alguien más podría quedarse con la chica. La verdad es que si
Dios quiere que esa chica sea para él, nadie más podrá tenerla. Si ella no es
la elección de Dios, entonces él tendrá que aprenderlo por el camino más
difícil: “Cásate deprisa; arrepiéntete poco a poco”.
Otro se apresura para dejar su trabajo e ir a servir al Señor, como se
suele decir, “a tiempo completo”. Argumenta que el mundo está pereciendo
y que no puede esperar. Pero Jesús no arguyó así durante los treinta años
que pasó en Nazaret. Esperó hasta que Dios le llamó al ministerio público.
Muy a menudo tenemos prisa en nuestra evangelización personal.
Estamos tan ansiosos por acumular profesiones que arrancamos el fruto
antes de que madure. Fallamos al no permitir que el Espíritu Santo
convenza cabalmente de pecado a la persona. El resultado de este método
es un rastro de falsas profesiones y de escombros humanos. Debemos dejar
que: “la paciencia tenga su obra completa”, para que seamos perfectos (Stg.
1:4).
La verdadera eficacia de nuestra vida está no en correr locamente
en proyectos y misiones que nosotros mismos nos hemos designado, sino en
tener parte en aquella actividad que el Espíritu dirige, y esperar
pacientemente a que el Señor la determine.
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