miércoles, 11 de enero de 2017


Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor

COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA 12 DE ENERO :

Queridos amigos, paz y bien.

En el mundo casi no quedan leprosos. Y a los enfermos, aunque hay desgraciadas excepciones, se les suele aceptar. Quizá por eso nos cuesta entender en profundidad lo que significaba la enfermedad en la época de Cristo.

Una de las muchas novedades de Jesús fue la de poder integrar en su predicación a todos. Para Él no hay marginados, ni fronteras que le impidan acercarse a los que lo necesitan. Y con su ejemplo quiere que no nos olvidemos de los marginados.

En nuestros días, por lo menos en el mundo occidental, no hay muchos leprosos físicos. Pero sigue habiendo marginación. Y fronteras, raciales, culturales, religiosas, que no dejan vivir en paz a mucha gente.

Los que nos llamamos seguidores de Jesús debemos comprender que no podemos convertirnos en un grupito cerrado de “especiales”, sino que, como Jesús, debemos hacernos presentes en todos los lugares de nuestra sociedad. Muchos voluntarios hacen este esfuerzo cada día. En las casas de las Hermanas de Teresa de Calcuta, en Basida, en comedores sociales, en hospitales, en las Cáritas parroquiales… Hay muchas posibilidades para seguir los pasos de Cristo, acercarnos a los lugares de marginación y dar la mano a todos los que están al borde del camino. Para que la oveja descarriada vuelva al rebaño, a la seguridad del redil. Para eso hay que dejar la comodidad, escuchar los gritos de ayuda, atrevernos a mirar a los ojos, no solo de reojo, a los que están pasándolo mal.
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