viernes, 25 de noviembre de 2016

LA REGLA DE SAN BENITO :

CAPÍTULOS XXXIII , XXXIV , XXXV

XXXIII. SI LOS MONJES DEBEN TENER ALGO EN PROPIEDAD

1 Hay un vicio que por encima de todo se debe arrancar de raíz en el monasterio, 2
a
fin de que nadie se atreva a dar o recibir cosa alguna sin autorización del abad, 3
ni a
poseer nada en propiedad, absolutamente nada: ni un libro, ni tablillas, ni estilete; nada
absolutamente,
4
puesto que ni siquiera les está permitido disponer libremente ni de su
propio cuerpo ni de su propia voluntad. 5
Porque todo cuanto necesiten deben esperarlo
del padre del monasterio, y no pueden lícitamente poseer cosa alguna que el abad no les
haya dado o permitido. 6
Sean comunes todas las cosas para todos, como está escrito, y
nadie diga o considere que algo es suyo.
7 Y, si se advierte que alguien se complace en este vicio tan detestable, sea
amonestado por primera y segunda vez; 8
pero, si no se enmienda, quedará sometido a
corrección.

XXXIV. SI TODOS HAN DE RECIBIR IGUALMENTE LO NECESARIO
1 Está escrito: «Se distribuía según lo que necesitaba cada uno».
2
Pero con esto no
queremos decir que haya discriminación de personas, ¡no lo permita Dios!, sino
consideración de las flaquezas.
3
Por eso, aquel que necesite menos, dé gracias a Dios y
no se entristezca; 4
pero el que necesite más, humíllese por sus flaquezas y no se
enorgullezca por las atenciones que le prodigan. 5 Así todos los miembros de la
comunidad vivirán en paz.
6
Por encima de todo es menester que no surja la desgracia
de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra, ni con gestos, por motivo
alguno. 7 Y, si alguien incurre en este vicio, será sometido a un castigo muy severo.

XXXV. LOS SEMANEROS DE COCINA
1 Los hermanos han de servirse mutuamente, y nadie quedará dispensado del
servicio de la cocina, a no ser por causa de enfermedad o por otra ocupación de mayor
interés,
2
porque con ello se consigue una mayor recompensa y caridad. 3 Mas a los
débiles se les facilitará ayuda personal, para que no lo hagan con tristeza; 4
y todos
tendrán esta ayuda según las proporciones de la comunidad y las circunstancias del
monasterio. 5
Si la comunidad es numerosa, el mayordomo quedará dispensado del
servicio de cocina, y también, como hemos dicho, los que estén ocupados en servicios
de mayor interés; 6
todos los demás sírvanse mutuamente en la caridad.
7 El que va a terminar su turno de semana hará la limpieza el sábado. 8
Se lavarán
los paños con los que se secan los hermanos las manos y los pies.
9 Lavarán también los
pies de todos, no sólo el que termina su turno, sino también el que lo comienza.
10
Devolverá al mayordomo, limpios y en buen estado, los enseres que ha usado. 11 El
mayordomo, a su vez, los entregará al que entra en el turno, para que sepa lo que
entrega y lo que recibe.
12 Cuando no haya más que una única comida, los semaneros tomarán antes, además
de su ración normal, algo de pan y vino, 13 para que durante la comida sirvan a sus
hermanos sin murmurar ni extenuarse demasiado. 14 Pero en los días que no se ayuna
esperen hasta el final de la comida.
15 Los semaneros que terminan y comienzan la semana, el domingo, en el oratorio,
inmediatamente después del oficio de laudes, se inclinarán ante todos pidiendo que oren
por ellos.
16 Y el que termina la semana diga este verso: «Bendito seas, Señor Dios,
porque me has ayudado y consolado».
17 Lo dirá por tres veces y después recibirá la
bendición. Después seguirá el que comienza la semana con este verso: «Dios mío, ven
en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme».
18 Lo repiten también todos tres veces,
y, después de recibir la bendición, comienza su servicio.
 

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