miércoles, 30 de noviembre de 2016

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,21.24-27):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Palabra del Señor :

Te damos gracias Padre por permitirnos compartir tu Palabra ; derrama de tu gracia y de tu amor ; tú conoces todas y cada una de nuestras necesidades : espirituales y temporales .

Sabemos que en todos ellos : tú nos asistes , fructificas , provees y sanas todo por tu Divina Providencia .

Te damos gracias Padre en el Nombre de tu Hijo amado , Nuestro Señor Jesucristo . Amén

COMENTARIO Y REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL DÍA 1 DE DICIEMBRE :

En el evangelio de hoy leemos: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca”. Es una comparación preciosa para entender el valor de la familia. El Señor habla de “casa”, pero piensa en los que están dentro, en el papá, la mamá, los hijos… Uno de los dones del Espíritu Santo se llama justamente el “don de fortaleza”. Son los padres quienes más lo necesitan para saber criar y guiar a sus hijos por el camino del bien. Hace falta mucho acierto para ganarse la confianza de los hijos y, al mismo tiempo, no claudicar ante sus caprichos o sus errores, sobre todo en la formación espiritual. La fábula que os presento a continuación nos describe con claridad la misión de los padres. Se titula “La yegua y el potrillo”.

Cuentan que una madre tenía dos hijos. Siendo muy niños aún, murió el padre. La mamá trató de darles una buena educación, sobre todo religiosa. Pero al dejar el Colegio e ingresar a la universidad, algunos profesores influyeron mucho en ellos y los dos muchachos cayeron en sus redes ideológicas y abandonaron la fe.

La pobre madre se sintió defraudada y se preguntó qué había hecho mal. ¿Por qué sus hijos vivían sin Dios? Hasta llegó a cuestionarse ella misma. ¿No sería que la fe que les dio no era la verdadera y ellos tenían razón?

Un día fue a consultar con un Sacerdote que vivía en un pueblo del interior del país. Este escuchó con mucha atención su caso y luego le hizo asomarse a la ventana:

-¿Qué ve, señora?
- Veo una yegua atada a un árbol y un potrillo suelto que salta muy alegre, va y viene, se aleja y regresa junto a su mamá.
- ¡Exacto!, dijo el Sacerdote. El potrillo anda suelto, pero la yegua está atada. Él se va, pero luego regresa. Si también la yegua estuviera suelta posiblemente el potrillo no tendría el punto de referencia para regresar; estando los dos sueltos la madre y el hijo se alejarían para no volver a encontrarse nunca más... Igual le sucede a Usted: sus hijos se han soltado, hasta se han alejado de Dios. Pero Usted debe seguir firme en su fe. Así, aunque los hijos se vayan, podrán regresar porque siempre tendrán un punto de referencia en su mamá.

Decía muy convencida la mamá: “Si Dios no ocupa el centro de nuestro hogar, nuestra familia se derrumba”.

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