miércoles, 22 de febrero de 2017

REFLEXIONES PARA CADA DÍA DEL AÑO : 

23 de FEBRERO

“Oirá el sabio, y aumentará el saber” (Proverbios 1:5).
De acuerdo al libro de los Proverbios, la diferencia esencial entre
el sabio y el necio es que el sabio escucha y el necio no.
No se trata de la capacidad mental del necio ya que puede tener una
habilidad intelectual extraordinaria. El problema consiste en que no se le
puede decir nada. Trabaja bajo la ilusión fatal de que su conocimiento es
infinito y sus juicios, infalibles. Si sus amigos tratan de aconsejarle, reciben
a cambio su desdén. Observan cómo intentan escapar de los resultados
inevitables de sus acciones pecaminosas y estúpidas, pero ven con
pesimismo que no pueden alejarle del fracaso. El necio va de una crisis a
otra: Sus finanzas son un desastre. Su vida personal se bambolea. Sus
negocios están al borde de la ruina. Pero él argumenta que es la víctima de
una mala jugada de la vida. Nunca se le ha ocurrido pensar que él es su
propio enemigo. Es generoso cuando aconseja a los demás pero es incapaz
de manejar su propia vida. Además, es un parlanchín compulsivo que
discurre sin parar con el aplomo de un oráculo.
El sabio está hecho de mejor material. Se da cuenta de que los
cables mentales de cada uno han sido cruzados de alguna manera por la
Caída. Sabe que los demás pueden ver aspectos de un problema que él ha
pasado por alto. Está dispuesto a reconocer que su memoria a veces puede
fallar. El sabio es alguien que se deja enseñar y da la bienvenida a cualquier
consejo que le ayude a tomar decisiones correctas. Más de una vez solicita
el consejo de los demás porque sabe que: “en la multitud de consejeros hay
seguridad” (Pr. 11:14). Como cualquier otro, algunas veces se equivoca.
Pero tiene la virtud de aprender de sus errores y hacer de cada fracaso un
trampolín que le lleve al triunfo. Se muestra agradecido cuando merece
reprensión y está dispuesto a decir: “Me equivoqué. Lo siento. Perdóname
por favor”. Los hijos sabios se someten a la disciplina de los padres; los
necios se rebelan. Los jóvenes sabios obedecen los preceptos escriturales
referidos a la pureza moral; los necios hacen lo que quieren. Los adultos
sabios juzgan todas las cosas pensando si éstas agradan al Señor; los necios
actúan de acuerdo a sus caprichos.
Es así que el sabio llega a ser más sabio y los necios se estrellan en
la roca de su propia locura.
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