martes, 7 de febrero de 2017

LAS GLORIAS DE MARÍA , SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO 

EJEMPLO
Ernesto, librado de la muerte por María

Refiere el Belovacense que en la ciudad de Radulfo, en Inglaterra, año
1430, vivía un joven noble llamado Ernesto, quien habiendo distribuido sus bienes
entre los pobres entró en un monasterio, donde llevaba una vida tan edificante que
los superiores lo apreciaban sobremanera, especialmente por su devoción a la
santísima Virgen. En la población se declaró la peste, y la gente acudió al
monasterio pidiendo oraciones. El abad mandó a Ernesto que fuera a rogar a la
Virgen ante su altar y no se levantase de allí hasta que hubiera obtenido una
respuesta de la Señora. Allí estuvo el joven tres días hasta que obtuvo la respuesta
de María que mandaba hicieran rogativas, celebradas las cuales cesó la peste.
Pero más tarde este joven se enfrió en la devoción a María. El demonio lo
atacó con muchas tentaciones impuras y para que se fugara del monasterio. Por no
haberse encomendado a María, decidió fugarse saltando los muros del monasterio.
Cuando iba a realizar su intento, al pasar junto a una imagen de María que estaba
en el claustro, la Madre de Dios le habló, diciéndole: “Hijo mío, ¿por qué me dejas?”
Ernesto, confuso y compungido, cayó en tierra y respondió: “Señora, pero no ves
que no puedo resistir más? ¿Por qué no me ayudas?”. La Virgen le respondió: ¿Y tú
por qué no me has invocado? Si te hubieras encomendado a mí, no te verías en
este estado. De hoy en adelante encomiéndate a mí y no dudes”.
Ernesto volvió a su celda. Pero insistiendo las tentaciones y descuidando el
acudir a María, al fin se fugó del monasterio, entregándose a una vida pésima. De
pecado en pecado se convirtió en asesino. Tomó en arriendo una posada donde,
por la noche, mataba a los pobres viandantes y los despojaba. Una noche mató a un
primo del gobernador, el cual, sospechando del ventero, lo procesó y lo condenó a
morir en la horca.
Antes de que fuera detenido llegó a la hostería un joven caballero. El
malvado ventero, según su costumbre, entró a media noche en su habitación para
asesinarlo; pero he aquí que en la cama no vio al caballero, sino un crucificado lleno
de llagas que, mirándolo piadosamente, le dijo: “¿No te basta, ingrato, con que yo
haya muerto una vez por ti? ¿Quieres volver a matarme? ¡Puedes hacerlo!” El infeliz
Ernesto se postró llorando y dijo: “Señor, aquí me tienes; ya que has tenido conmigo
tan gran misericordia, quiero convertirme”. En el mismo instante abandonó la
posada y emprendió el camino del claustro para hacer penitencia. Pero por el
camino lo prendió la justicia; lo llevaron ante el juez, donde confesó todos sus
crímenes. Inmediatamente fue condenado a la horca, sin darle tiempo ni a
confesarse. Él se encomendó a María, y la Virgen hizo que cuando lo colgaron no
muriese. Ella misma lo bajó de la horca y le dijo: “Torna al monasterio, haz
penitencia; y cuando veas en mi mano un documento de perdón de tus pecados,
prepárate a la muerte”. Ernesto volvió al convento y, habiendo contado todo al abad,
hizo penitencia. Pasados los años, vio en manos de María la cédula del perdón. Se
preparó a la muerte y santamente entregó su alma.
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