domingo, 30 de octubre de 2016

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,12-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del Señor :
Te damos gracias Padre por permitirnos compartir tu Palabra ; derrama de tu gracia y de tu amor ; tú conoces todas y cada una de nuestras necesidades : espirituales y temporales .
Sabemos que en todos ellos : tú nos asistes ,fructificas , provees y sanas todo por tu Divina Providencia .
Te damos gracias Padre en el Nombre de tu Hijo amado , Nuestro Señor Jesucristo . Amén
COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA 31 DE OCTUBRE DEL 2016 :
Jesús no se conforma con esta justicia. Quiere ir más allá. Rompe la limitación de esta justicia como un “dar a cada uno lo suyo” y se sitúa en el plano de la gratuidad. “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.”
Alguno le podía haber respondido: “largo me lo fiáis”. Y tendría algo de razón. Esos a quienes Jesús nos dice que tenemos que invitar no nos van a poder pagar nunca. Pero en el mundo de la gratuidad no hay nada que pagar. El regalo es regalo, don. No se pide nada a cambio. Porque la paga está en el mismo dar, en el compartir.
Lo que Jesús no dice en este texto, pero que es obvio, es que para construir el Reino hay que saltar del plano de la justicia al de la gratuidad. En el plano de la justicia se puede conseguir algo pero tiene sus límites insalvables. Siempre habrá alguien que cumpliendo estrictamente la justicia abuse de sus hermanos. Hay que pasar a una relación con nuestros hermanos y hermanas basada en la gratuidad, en el dar y compartir sin esperar paga ninguna. Aunque sólo sea porque, si somos sinceros, hemos de reconocer que lo mejor que tenemos –la vida– la hemos recibido gratis de nuestro Padre Dios.

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