martes, 19 de septiembre de 2017

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,31-35):
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis." Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores." Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.»
Palabra del Señor
COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA :
Queridos hermanos:
El texto nos presenta una ruptura en Israel, por un lado el éxito con la acogida de los enviados de Dios, y por otro, el rechazo inscrito en unos corazones obstinados. El final del libro de los Hechos de los Apóstoles subraya esta dramática división que provocan las palabras de juicio contra los obstinados: “sabed, pues, que esta salvación de Dios ha sido ofrecida a los paganos; ellos sí la escucharán” (Hechos 28,28).
Lucas habla de unos muchachos que juegan, pero no es fácil describirlos, porque no se conocen realmente en qué consistían sus juegos. De todos modos podría entenderse también la historia en el sentido de que el juego ha fracasado porque los muchachos se quedan sentados, obstinados, rechazando todo tipo de invitaciones. No han querido ni bailar en el juego de bodas ni llorar en el juego de los funerales; es decir, no han respondido a la llamada de los músicos.
Juan Bautista no bebía licores ni comía más que alimentos crudos, no manjares preparados por la mano del hombre. Jesús comía y bebía acompañando a sus amigos, en especial a los publicanos y pecadores, manifestando así la benevolencia que Dios tiene por ellos. Y ambos se convierten en señal de contradicción para los dirigentes del pueblo judío empeñados en hacer desaparecer a ambos.
El salmo que hoy leemos en la liturgia nos ayuda a ser sabios con la sabiduría de Dios. Es un himno a la bondad de Dios manifestada en la belleza y bondad de sus obras. Y es en este salmo donde se recoge una de las afirmaciones fundamentales de la tradición sapiencial: “el temor del Señor es el principio del saber”. Es decir, la sabiduría plena es un don divino y sólo se alcanza desde una actitud de “temor de Dios”, entendido como reconocimiento, obediencia y fidelidad amorosa. El fracaso de los que se consideran dueños de la verdad está precisamente en esa falta de sabiduría que les impide entrar en el Reino a ellos y que tampoco quieren dejar entrar a los demás.

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