martes, 20 de junio de 2017

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,43-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Palabra del Señor

COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA :

He pasado unos cuantos años encargado de una residencia de estudiantes. Había, ¿cómo no?, conflictos de muy diverso tipo en la convivencia. De vez en cuando había que poner orden. La casa tenía un reglamento. Y a él se agarraban los estudiantes siempre que podían. “Es que el reglamento no dice nada sobre...”, “Es que el reglamento dice sólo...” Pero como toda acción tiene su reacción, a los que estábamos en la dirección nos tocaba muchas veces llamar la atención de los estudiantes sobre otro documento que regía la vida de la residencia: era el proyecto educativo.

Recuerdo más de una vez, recordando a los estudiantes que el reglamento marcaba los mínimos obligatorios pero que el proyecto educativo nos señalaba los máximos, a dónde queríamos llegar, cuáles eran los objetivos que la residencia marcaba a los estudiantes pero el tiempo de su estancia en ella. Y que, por eso, el proyecto educativo era en el fondo mucho más importante que el reglamento. Pero ellos no lo entendían a veces muy bien.
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A los cristianos nos pasa de vez en cuando algo parecido. Dejamos nuestra mente y nuestra atención fijada en el límite entre lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Hasta aquí se puede. Pasar ese límite ya es pecado. Hay que ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Pero, ¿es pecado si se falta sólo un domingo? ¿y si se tiene una causa justificada? ¿y si no se tiene? ¿es pecado mortal o venial? ¿y si se faltan muchos?

Me atrevería a decir que andar con esas cuestiones es perder el tiempo y olvidarnos de lo más importante. Porque lo esencial es la invitación que nos hace Jesús al final del evangelio de hoy: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Lo nuestro no es quedarnos en el límite (hay que perdonar pero ¿hasta dónde es obligatorio perdonar y desde donde es voluntario?) sino llegar a lo mejor. Hay que lanzar la mirada al horizonte y tenerla clara en la meta a la que queremos llegar: vivir como Jesús el amor en plenitud, sin medida, sin límites, sin mediocridades.

Seguro que nos lo hemos propuesto más de una vez. Seguro también que no lo hemos conseguido, que nuestras limitaciones y mediocridades, nos han impedido avanzar por el camino del amor. Pero eso no es lo malo. Lo malo es que nos detengamos y renunciemos a avanzar. Jesús nos pone el objetivo final por delante: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Y nos invita a seguir caminando hacia ese objetivo. ¿Vamos?

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