martes, 30 de mayo de 2017

REFLEXIONES PARA CADA DÍA DEL AÑO :
31 de MAYO
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu
de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han
de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
El hombre natural es aquel que nunca ha nacido de nuevo. No tiene
al Espíritu de Dios. No le interesan las verdades espirituales; porque suenan
como disparates. Pero ¡eso no es todo! No puede entender las verdades
espirituales porque éstas pueden entenderse solamente con la iluminación
del Espíritu Santo.
Hay que enfatizar esto. No se trata únicamente de que el inconverso
no quiera entender las cosas de Dios. No puede entenderlas; está impedido
por una incapacidad innata.
Esto me ayuda a evaluar adecuadamente a los científicos, los filósofos
y otros profesionales del mundo. Cuando hablan de asuntos mundanos, les
respeto como expertos. Pero cuando se atreven a meterse en asuntos
espirituales, los considero incompetentes para hablar con autoridad.
No me sorprende mucho cuando profesores universitarios y hasta
clérigos liberales aparecen en los titulares de los diarios sembrando dudas
o negando abiertamente la Biblia. Ya estoy preparado para eso y no les hago
caso. Los no regenerados a menudo van más allá de sus dominios cuando
hablan de las cosas del Espíritu de Dios.
F.W. Boreham asemejaba a los grandes personajes de la ciencia y
la filosofía con pasajeros de segunda clase que viajan en un transatlántico,
separados de los pasajeros de primera clase. “Los científicos y filósofos,
como tales, son por así decir ‘pasajeros de segunda clase’ y deben
permanecer al otro lado de la barrera. En lo que toca a la fe cristiana, no
son autoridades... el hecho es que tenemos una fe que no puede ser
sacudida por el desdén de los pasajeros de segunda clase, y que no depende
de ellos ni busca su apoyo, confirmación o patrocinio”.
Pero de vez en cuando aparece un científico o filósofo que es santo.
En ese caso, Boreham dice: “Siempre descubro un ‘billete de primera clase’
asomándose en su bolsillo, y cuando me paseo por la cubierta en su
deliciosa compañía, ya no le miro más como científico, como tampoco
vería a Bunyan como hojalatero. Somos pasajeros y acompañantes, de
primera clase”.
Decía Robert G. Lee: “Aun cuando los hombres sean críticos,
eruditos y científicos y sepan todo acerca de rocas, moléculas y gases, son
sin embargo enteramente incompetentes para constituirse en jueces del
cristianismo y de la Biblia”
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