martes, 18 de abril de 2017

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,11-18):

En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice: «¡María!»
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»

Palabra del Señor :

Te damos gracias Padre por permitirnos compartir tu Palabra ; derrama de tu gracia y de tu amor ; tú conoces todas y cada una de nuestras necesidades : espirituales y temporales .

Sabemos que en todos ellos : tú nos asistes , fructificas , provees y sanas todo por tu Divina providencia .

Te damos gracias Padre en el Nombre de tu Hijo amado , Nuestro Señor Jesucristo . Amén

COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA :

¡Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo!

Los textos de la resurrección son verdaderas catequesis para los que buscamos avanzar en el camino de la fe. En ellos se encuentran plasmados el itinerario de fe de los primeros discípulos. Es un itinerario que nos permite ver cómo la resurrección cambia la mirada y el corazón de aquellos que se dejan encontrar por el Resucitado. Es un camino que lleva de la desolación y la tristeza provocadas por muerte a la alegría de quien fue transformado por la mirada de Jesús resucitado.

La experiencia María Magdalena, discípula y seguidora de Jesús, nos enseña que no basta encontrarnos con el Señor simplemente o, mejor dicho, que Él nos encuentre. Es necesario también reconocerle. El “hortelano”, así como los ángeles, le dirigen una misma pregunta: “¿Por qué lloras?” No es una pregunta por mera curiosidad. En ella, María puede expresar sus sentimientos, su deseo de “ver” a Jesús, aunque esté muerto. En ella, nos damos cuenta que la “ausencia” de Jesús causa desconsuelo a todos los que fueron alcanzados por la mirada de su misericordia, que la vida pierde su sentido sin Él, pierde su orientación.

Sin embargo, el “hortelano” le dirige una pregunta más: ¿A quien buscas? Es una pregunta que se dirige no solo a María, sino a los discípulos de todos los tiempos: ¿A quien buscamos? ¿Buscamos a un Dios a nuestra medida, un tapagujeros, o a un Dios que nos interpela, nos supera y nos mueve a buscarle en todos los rincones de la vida? La respuesta a esa pregunta tiene que ver con la consistencia de nuestro compromiso bautismal. Con esa pregunta, Jesús nos enseña que la vida cristiana no es un contenido de doctrinas al que damos nuestro consentimiento, sino un camino de búsqueda que nos lleva por caminos inesperados.

En el relato de hoy, todo cambia con una sola palabra: “¡María!”. Ella sólo fue capaz de reconocer que el “hortelano”, en verdad, era el propio Jesús, porque su nombre fue pronunciado por Él. Como a ella, también hoy Jesús sigue llamándonos por nuestro nombre. El Dios revelado en Jesús no se relaciona con nosotros de modo impersonal. Nos llamar por nuestro nombre, y esto supone identidad para nosotros, que no le somos extraños. En medio del anonimato, en que muchos viven en las ciudades, reconocidos muchas veces por un número de identificación o por un rol que ocupan en la sociedad, descubrimos que Dios conoce a todos sus hijos, se interesa por sus dramas, les llama por su nombre.
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