martes, 27 de septiembre de 2016

San Vicente Paúl
27 de septiembre Siglo XVII
Memoria de san Vicente Paúl, presbítero, que lleno de espíritu sacerdotal y entregado en París al servicio de los pobres, veía el rostro del Señor en cada persona doliente. Fundó la Congregación de la Misión (Paúles), al modo de la primitiva Iglesia, para formar santamente al clero y subvenir a los necesitados, y con la cooperación de santa Luisa de Marillac, fundó también la Congregación de Hijas de la Caridad.

Nombre
Vicente (Masculino)
Celebran
Los Vicente suelen celebrar el 5-abr:
San Vicente Ferrer
Otros santos
Otros santos con nombre Vicente
Nació
24 de abril de 1581 en Pouy, en el actual Francia
Falleció
27 de septiembre de 1660 en París, en el actual Francia
Proceso
Beatificadoel 13 de agosto de 1729 por Benedicto XIII
Canonizado el 16 de junio de 1737 por Clemente XII
Celebración
27 de septiembre
Religioso
de la Congregación de la Misión
Vida de San Vicente Paúl

Nació en Pouy (Gascuña, Francia) en 1580 –aunque algunas autoridades han dicho 1576–, y murió en París el 27 de septiembre de 1660. Nacido en una familia campesina, estudió humanidades en Dax con los Cordeleros, y Teología, estudios interrumpidos por una breve estancia en Zaragoza, en Toulouse, donde se graduó. Se ordenó sacerdote en 1600 y permaneció en Toulouse o en sus proximidades trabajando como tutor mientras continuaba con sus propios estudios. En 1605, regresó a Marsella, donde había ido a causa de una herencia, pero allí fue hecho prisionero por piratas turcos, que lo llevaron a Túnez. Fue vendido como esclavo, pero escapó en 1607 con su amo, un renegado al que convirtió. De regreso a Francia, fue a Aviñón a ver al vicelegado papal, al que siguió a Roma para continuar sus estudios. Fue enviado de vuelta a Francia en 1609, en una misión secreta cerca de Enrique IV; fue nombrado capellán de la reina Margarita de Valois, y se le ofreció la pequeña abadía de Saint-Léonard-de-Chaume. A petición del señor de Bérulle, fundador del Oratorio, se encargó de la parroquia de Clichy, cerca de París, pero varios meses más tarde (1612) entró al servicio de los Gondi, una ilustre familia francesa, para educar a los hijos de Philippe-Emmanuel de Gondi. Llegó a ser el director espiritual de la señora de Gondi. Con la ayuda de ésta, comenzó a fundar misiones en sus terrenos; pero, para eludir el aprecio de que era objeto, dejó a los Gondi y, con la aprobación del señor de Bérulle, se nombró cura de Chatillon-les-Dombes (Bresse), donde convirtió a varios protestantes y fundó la primera cofradía de caridad para asistencia de los pobres. Los Gondi le pidieron que volviera y lo hizo cinco meses después, reanudando las misiones campesinas. Varios cultos sacerdotes de París, seducidos por su ejemplo, se unieron a él. En casi todas estas misiones se fundó una cofradía de caridad para asistencia de los pobres; entre éstas se destacan las de Joigny, Châlons, Mâcon y Trévoux, que duraron hasta la Revolución.
Después de los pobres, la atención de Vicente se dirigió hacia los condenados a galeras, que estaban sometidos al señor de Gondi como general de las galeras de Francia. Antes de ser conducidos a bordo de las galeras o cuando la enfermedad los obligaba a desembarcar, los condenados eran apiñados en húmedos calabozos con grilletes en los tobillos, y su única comida era pan negro y agua; y estaban cubiertos de llagas y sabandijas. Su estado moral era más espantoso aún que su sufrimiento físico. Vicente deseaba aliviar ambos. Asistido por un sacerdote, comenzó a visitar a los condenados a galeras de París, a los que hablaba empleando palabras dulces, prestándoles cualquier servicio, por muy repulsivo que fuera. De este modo se ganó sus corazones, convirtió a muchos de ellos y logró que varias personas que venían a visitarlos intercedieran por ellos. Vicente compró una casa y estableció en ella un hospital. Poco después Luis XIII lo nombró capellán real de las galeras, título que Vicente aprovechó para visitar las galeras de Marsella, donde los condenados eran tan desdichados como en París; los colmó de sus cuidados, además de planear construir un hospital para ellos, pero esto no pudo hacerlo hasta diez años más tarde. Mientras tanto, fundó, en la galera de Burdeos, como en las de Marsella, una misión, que fue coronada por el éxito (1625).
Sociedad de la Misión
El bien llevado a cabo por estas misiones llevó a Vicente, con el impulso de la señora de Gondi, a fundar su instituto religioso de sacerdotes dedicado a la evangelización del pueblo: la Sociedad de la Misión.
Por experiencia, San Vicente había aprendido que el bien que hacían las misiones no podía durar a menos que hubiera sacerdotes que se ocuparan de ello, pero en esa época había pocos en Francia. Desde el Concilio de Trento los obispos habían estado esforzándose por fundar seminarios para su formación, pero estos seminarios encontraron muchos obstáculos, el mayor de los cuales eran las guerras de religión. De los veinte fundados, en 1625 no sobrevivían ni diez. La asamblea general del clero francés expresó el deseo de que los candidatos a las Sagradas Órdenes fueran admitidos solamente después de unos días de recogimiento y retiro. A petición del obispo de Beauvais, Potierdes Gesvres, Vicente emprendió en Beauvais (septiembre de 1628) el primero de estos retiros. Según su plan, comprendían conferencias ascéticas e instrucciones acerca del conocimiento de lo más indispensable para los sacerdotes. Su principal servicio fue que dieron lugar a lo que posteriormente se llamaron seminarios. Al principio sólo duraban diez días, pero ampliándolos gradualmente a 15 ó 20 días, luego a uno, dos o tres meses antes de cada orden, los obispos consiguieron prolongar el periodo de estancia a dos o tres años entre la filosofía y el acceso al sacerdocio. Existían unos seminarios llamados de ordenandos, luego seminarios mayores, cuando se fundaron los seminarios menores. Nadie hizo más que Vicente en lo que atañe a esta doble creación. Ya en 1635 había establecido un seminario en el Collège des Bons-Enfants. Ayudado por Richelieu, que le dio mil coronas, sólo admitió a eclesiásticos que estudiaran teología (seminario mayor), fundando paralelamente un seminario menor llamado de San Carlos para sacerdotes que estudiaran humanidades (1642). Había enviado a algunos de sus sacerdotes al obispo de Annecy (1641) para dirigir su seminario, y colaboró con los obispos para fundar otros en sus diócesis facilitándoles sacerdotes para dirigirlos. Así, a su muerte había aceptado la dirección de once seminarios. Antes de la Revolución su congregación dirigía en Francia cincuenta y tres seminarios mayores y nueve menores, esto es, un tercio de todos los de Francia.
La conferencia eclesiástica completó la labor de los seminarios. Desde 1633 San Vicente celebró una cada martes en Saint-Lazare, en la que se reunían todos los sacerdotes deseosos de conferenciar en común sobre las virtudes y las funciones de su estado. Participaron, entre otros, Bossuet y Tronson. Con las conferencias, San Vicente instituyó en St.-Lazare retiros abiertos para laicos y sacerdotes. Se estima que en los veinte últimos años de la vida de San Vicente asistían con regularidad más de ochocientas personas al año, más de 20.000 en total. Estos retiros contribuían en gran medida a infundir un espíritu cristiano en el pueblo, pero imponían gravosos sacrificios a la casa de St.-Lazare. Nada se exigía a los participantes; cuando se trataba del bienestar de las almas, Vicente no reparaba en gastos. Ante las quejas de sus compañeros, que deseaban dificultar la admisión a los retiros, un día consintió en ello. Al atardecer nunca había habido tantos admitidos; cuando un fraile le informó azorado de que no cabían más, Vicente le respondió: “Bueno, dadles mi habitación”.
Obras de caridad
Vicente de Paúl había establecido las Hijas de la Caridad casi al mismo tiempo que los ejercicios para ordenandos. Al principio se pretendía que éstas ayudaran a las conferencias de caridad. Cuando estas conferencias se establecieron en París (1629), las damas que se unieron a ellas estaban ansiosas por dar limosnas y visitar a los pobres, pero a menudo no sabían cómo ocuparse de ellos y enviaban a sus criados en su lugar para que hicieran lo que fuera necesario. Vicente concibió la idea de reclutar a jóvenes piadosas para este servicio. Al principio fueron distribuidas individualmente por las diversas parroquias en que estaban establecidas las conferencias y visitaban a los pobres con estas damas de las conferencias o, cuando era necesario, se ocupaban de ellas en su ausencia. En el reclutamiento, la formación y la dirección de estas servidoras de los pobres, Vicente encontró estimable ayuda en la señorita Legras. Cuando su número aumentó, las agrupó en una comunidad bajo su dirección, pronunciando él una conferencia semanal apropiada a su condición. (Para más detalles, véase Hermanas de la Caridad.) Junto a las Hijas de la Caridad, Vicente de Paúl obtuvo para los pobres los servicios de las Damas de la Caridad, a petición del arzobispo de París. Agrupó (1634) bajo este nombre a algunas mujeres piadosas que estaban decididas a atender a los pobres enfermos que entraran en el Hôtel-Dieu hasta un número de 20 mil ó 25 mil por año; también visitan las cárceles. Entre ellas había hasta 200 damas del más alto rango. Tras haber redactado su regla, San Vicente apoyó y estimuló su caritativo celo. Gracias a ellas, fue capaz de recoger las enormes sumas que distribuían en socorro de todos los desgraciados. Entre las obras que podía llevar a cabo gracias a esa colaboración, una de las más importantes era el auxilio a los pródigos, que en esta época eran deliberadamente deformados por personas sin escrúpulos para poder explotar la piedad de la gente. Otros eran recogidos en un asilo municipal llamado “La couche”, donde a menudo eran maltratados o se les dejaba morir de hambre. Las Damas de la Caridad empezaron por adquirir un grupo de doce niños, que fueron instalados en una casa especial confiada a las Hijas de la Caridad y cuatro enfermeras. Así, años más tarde, el número de niños alcanzó la cantidad de 4 mil; su mantenimiento costaba 30 mil libras, que ascendió a 40 mil con el incremento en el número de niños.
Con la ayuda de un generoso desconocido, que puso a su disposición la suma de 10 mil libras, Vicente fundó el Hospicio del Nombre de Jesús, donde cuarenta ancianos y ancianas hallaron un refugio y trabajo adecuado para ellos. En la actualidad se llama Hospital de los Incurables. La misma beneficencia se extendió a todos los pobres de París, pero la creación del Hospital General fue una idea de las Damas de la Caridad, en particular de la duquesa de Aiguillon. Vicente hizo suya la idea y contribuyó como nadie a la realización de una de las mayores obras de caridad del siglo XVII; la acogida de 40 mil pobres en un asilo donde encontrarían un trabajo útil. En respuesta a la petición de San Vicente, las contribuciones llegaron a raudales. El Rey cedió los terrenos de la Salpétrière para la construcción del hospital, con un capital de 50 mil libras y una dotación de 3 mil. El cardenal Mazarino envió 100 mil libras; el presidente de Lamoignon, 20 mil coronas; y la señora de Bullion, 60 mil libras. San Vicente encargó la tarea a las Hijas de la Caridad y las apoyó con todo su poder.
La caridad de San Vicente no se limitaba a París, sino que llegaba a todas las provincias desoladas por la miseria. Durante el periodo francés de la guerra de los Treinta Años, Lorena, Trois-Évêchés, el Franco Condado y Champaña padecieron durante casi un cuarto de siglo todos los horrores y los azotes de la guerra. Vicente solicitó a las Damas de la Caridad su ayuda urgente; se estima que con sus reiteradas peticiones consiguió 12 mil libras. Cuando se acabó el dinero, volvió a recoger limosnas, que enviaba sin tardanza a los distritos más afectados. Cuando las contribuciones empezaron a disminuir, Vicente decidió imprimir y divulgar las cuentas que le enviaban de esos distritos desolados; esto tuvo mucho éxito, llegando a publicar un periódico llamado “Le magasin charitable”. Vicente lo aprovechó para fundar en las provincias arruinadas los “potages économiques”, una tradición que permanece en nuestras modernas cocinas económicas. Él mismo compiló cuidadosamente las instrucciones relativas al modo de preparación de estos “potages” y la cantidad de grasa, mantequilla, verduras y pan que se debían emplear. Apoyó la fundación de congregaciones que se encargaban de enterrar a los muertos y de eliminar la suciedad, permanente causa de enfermedades. Frecuentemente las dirigían misioneros y Hermanas de la Caridad. Al mismo tiempo, con el propósito de apartarlas de la brutalidad de los soldados, llevó a París a 200 jóvenes, que alojó en varios conventos, y numerosos niños, que acogió en St.-Lazare. Incluso fundó una organización especial para auxilio de los nobles de Lorena que habían buscado refugio en París. Tras la paz general, dirigió su preocupación y sus limosnas a los católicos irlandeses e ingleses que habían sido expulsados de su país.
Todas estas actividades habían hecho famoso a Vicente de Paúl en París e incluso en la Corte. Richelieu a veces lo recibía y escuchaba favorablemente sus peticiones; lo ayudó en sus primeras fundaciones de seminarios y estableció una casa para sus misioneros en el pueblo de Richelieu. En su lecho de muerte Luis XIII deseaba ser asistido por él: “Oh, señor Vicente”, decía, “si recupero la salud, no nombraré a ningún obispo que no haya pasado tres años con vos”. Su viuda, Ana de Austria, nombró a Vicente miembro del Consejo de Conciencia, encargado de las propuestas de beneficios. Estos honores no alteraron la modestia y la sencillez de Vicente. Sólo iba a la Corte por necesidad, vistiendo un sencillo atuendo. No empleaba su influencia más que para el bienestar de los pobres y en interés de la Iglesia. Bajo Mazarino, cuando París se levantó en la época de la Fronda (1649) contra la regente Ana de Austria, que fue obligada a retirarse a St.-Germain-en-Laye, Vicente afrontó todos los riesgos implorando clemencia para ella en nombre del pueblo de París y osó aconsejarle el sacrificio del cardenal ministro para evitar los males que la guerra amenazaba con llevar al pueblo. También reconvino al mismo Mazarino. Su consejo no fue escuchado. San Vicente redobló entonces sus esfuerzos para aliviar los males de la guerra en París. Su beneficencia socorría diariamente a 15 mil ó 16 mil refugiados; sólo en la parroquia de San Pablo las Hermanas de la Caridad ofrecían sopa diariamente a 500 pobres, aparte de cuidar a 60 u 80 enfermos. En aquel tiempo, Vicente, sin preocuparse por los peligros que corría, multiplicó cartas y visitas a la Corte de St. Denis para conseguir paz y clemencia; incluso escribió una carta al Papa pidiéndole que interviniera e interpusiera su mediación para acelerar la paz entre las dos partes.

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